jueves, 17 de marzo de 2016

Vida (1972)





I. La foto de tapa muestra  dos pelilargos en la tapa, tirados en un paredón sin inscripciones: no hay colorido, flores, guirnaldas ni nada de eso que se asocia con una imagen “hippie”. Por el contrario: el paisaje es urbano. El marco de la foto (un horripilante marrón) apenas agrega dos sintagmas que corresponden al nombre del conjunto (en latín) y el título de la obra, diferenciados por su tamaño y disposición. Nada anticipa. Andá a vender eso. 

II. La contratapa también lleva una foto: montaje de las caras de los mismos pelilargos sobre unas azoteas porteñas. Feas, llenas de cables, antenas, paredes manchadas de hollín y óxido. Ventanas sin gente. ¿Podría ser éste un disco de blues? Podría: figura en el listado una canción que usa esa palabra. ¿Pero por qué sonríen los pelilargos sobre la pálida ciudad, donde sólo pálidas tendrás? ¿Y quién es ese desconocido que ha compuesto todos los temas? Algo no va bien.

III. Algo no va bien: la primera canción se llama “Canción para mi muerte”. Perdón, lo correcto es: “El disco se llama Vida. La primera canción se llama ‘Canción para mi muerte”.  Casi al final, otra canción se titula “Cuando comenzamos a nacer”. El mundo al revés. ¿Lo compraría, señor, señora?

IV.  Vida (1972), de Sui Generis, ha sido señalado como la puerta de entrada al rock argentino para una nueva camada de oyentes. Su éxito generó incomodidad y rechazo en parte del público y artistas que habían confluido en eso que empezaba a delinearse como rock, y que tenía como puntales a los proyectos de Almendra, Manal y Los Gatos. Es, sin duda, uno de los discos al que nunca podremos acceder sin que nos medien escuchas previas. Incluso si no nos sucedió el proustiano “esto ya lo escuché en algún lado”, sabremos de su halo de nostalgia y melancolía. Pero debemos intentar reconstruir esa primera impresión. O quizás no sea necesario: tan solo dedicarle una escucha atenta, sin descuidar esas significaciones que rodean al disco. Poner esos “excedentes” a prueba, verificar en qué medida la obra los motivó, etc., es una tarea que tampoco hay que esquivar. 

V. Escuchamos desde un presente, en situación; escuchamos desde un futuro al que la obra quizás previó, anheló, ayudó a formar, o lo contario. ¿Qué significa que hoy se escriba sobre un disco de más de cuarenta años? ¿Por qué ese impulso a hurgar entre los pliegues de lo que un tiempo perdido extravió? Ningún ejercicio consistente sobre el pasado debe olvidar su propio presente.   





Nota: las imágenes fueron extraídas de una web de compra-venta, sólo a título ilustrativo (no tengo a mano el vinilo). 

lunes, 14 de marzo de 2016

¿Será que nací en el sur?


De repente José dijo: te acordás, me llamaste la noche del golpe. Esta sola frase justifica que nos hayamos encontrado, luego de tantos años de caracoleos y fugaces encuentros. Algo teníamos para decirnos y bastante para escuchar (...) Bifurcaciones, derivaciones y colisiones habíamos tenido muchas. Pero comprobábamos una vez más que el primer despertar a la política forja un nucleo vivo que tiene más razones para pervivir que para acatar las infinitas posibilidades de reniegos posteriores. Me sorprendí, al releer los pliegos (...), al ver nuestras historias personales sometidas ante tanta fragilidad. ¿Para qué hablar entonces? Nunca responderemos bien a este acertijo. ¡Si las biografías se componen de una materia inasible! ¡Si ni siquiera podemos sentirnos aptos para la tarea confesional! (...) Para qué hablar, si en el fondo no deberíamos dar importancia a historias personales donde la materia prima del miedo actuó más que el vigor crítico y autocrítico de la política sin más. ¿De dónde sale la vocación de hablar de lo que es propio del gabinete insondable de la conciencia de uno? Ese "uno" es precisamente un ser que podría no esgrimir ni desear buscar el hilo conductor de una vida. ¿No tiene derecho a hacerlo? Sí, pero debería sospechar que no puede contar con sentido verdadero su propia historia, o considerar que para hacer valederos ante otros un fragmento del pasado personal, se precisaría un arte narrativo de densidad superior que haga legítimos los madrigales de una existencia que no pudo ser sino un conjunto de frases que no ensamblan bien entre sí. Pero aquí está el manojo de páginas donde José y Horacio intentan ver algo así como el peso inocente de sus vidas paralelas, el reverso exacto de una heroicidad añorada por inexistente, esquiva. Al releerlas sólo vemos un punto de interés. El modo en que llegaban hacia los márgenes de nuestras existencias flotantes o intermediarias -en la espuma periférica de los acontecimientos- los acentos más terribles de una época.

Horacio González, "Prólogo" a Historia y pasión. La voluntad de pensarlo todo. (Feinmann, González y Pavón. Colección Espejo de la Argentina. Buenos Aires, Planeta, 2013)

Gracias, Alan.